"La noche del 28 de abril de 1894, marcó profundamente la historia del estado Mérida e incluso del país. Un fuerte movimiento telúrico, considerado el de mayor importancia sísmica de Venezuela, despertó a los ciudadanos que dormían placenteramente luego de una fuerte jornada de trabajo".
Así escribía la periodista Mariangel Garcés, del Diario de Los Andes, su crónica sobre el Gran Terremoto que asoló a Mérida, Tovar, Santa Cruz, Lagunillas, Zea, Chiguará y otras poblaciones de la entidad. Como ella, cada año lo hacen otros cronistas, periodistas, especialistas. Cada año recordamos.
Todos los años, desde hace 116, vemos hacia atrás. Nos damos, los merideños, un rato para escrutar aquel momento incómodo y duro de nuestra historia y preguntarnos si hemos hecho algo - o pensamos hacerlo - para enfrentar una nueva situación como la que hizo despertar en medio del terror a nuestros antecesores urbanos allá en el lejano 1894.
Tenemos en contra el tiempo: según expertos como el doctor Raúl Estévez, uno de los más reconocidos especialistas en temas sísmico de Venezuela y de Latinoamérica, hay algunas verdades que, a propósito de la fecha de hoy, no podemos dejar de mencionar: "Es totalmente cierto que en Mérida volverá a temblar con una intensidad igual o superior que la de 1894".
Jaime Lafaille se suma al coro de voces de expertos que agregan más leña al fuego de nuestra conciencia: "Nos falta mucho para interiorizar que tenemos una amenaza real y que en cualquier momento se mostrará".
Fue duro...
"Las 319 víctimas fatales del terremoto, sacudieron al país entero. Para la época, la cifra de habitantes de la entidad era de 77 mil 998 personas, de acuerdo al tercer censo realizado el año de la tragedia y publicado en el Obalo para Los Andes, del 23 de mayo de 1894 en la página 26".
En el Correo de la Sierra, del 23 de mayo de 1894 se publicó la lista de las víctimas por poblado: en Chiguará 9 decesos, en Lagunillas 21, Mesa de Bolívar 51, Santa Cruz de Mora 115, Zea 69, Mérida 4 y Tovar 50.
Dios no es el malo
Algunos merideños, tras el terremoto de 1894, creían con intensidad y certeza que ese Apocalipsis andino que los arropó en la noche del 28 de abril fue un "castigo de Dios".
En realidad, un Don Tulio Febres Cordero acucioso, aunque respetuoso de las creencias religiosas, entendió que el malo de la partida no era Dios o sus santas iras. Que Mérida posee condiciones que la hacen sísmica, propensa a los terremotos. Esa verdad ha sido develada. Por alguna razón, parece que todavía buscamos echarle la culpa de lo que nos pueda pasar a alguien más allá de este mundo.
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