A veces da la impresión que la gestión de riesgo ante desastres es el
último invitado en llegar a la fiesta.
Con el telón de fondo del fragor de las ciudades modernas, se
construyen casas, edificios, carreteras, escuelas, hospitales, sistemas de
transportes, estadios, plazas, puentes,
acueductos, centros comerciales. Sin embargo, todo esto se hace a
espaldas del sentido común y, aún más
allá, al propio sentido de sobrevivencia.
La gestión de riesgos como suma de
estrategias para hacernos menos vulnerables ante las amenazas, es el producto de la aceptación de nuestra
humana fragilidad como piezas de un escenario físico natural que impone con rigurosidad las formas, los modos de
vivirlo.
Si una enseñanza ha sido reiterativa
en el tema de la gestión de riesgo y la sostenibilidad urbana, es que todo
asentamiento urbano debe concebirse como un espacio cuya progresiva
construcción, su natural crecimiento, se edifique a partir de tener al riesgo
como guía para marcar el desarrollo de la ciudad. Una especie de diapasón sobre
el que se calibra y orienta el desarrollo.
La presión de la anterior certeza
recae, entre otros actores, sobre los
urbanistas o, para hablar en términos más amplios, sobre aquellos que toman
decisiones sobre el destino de las ciudades, no sólo respecto a lo puramente físico o estructural, sino también en lo
atinente al grado de conciencia de la población usuaria de esos componentes
físicos.
Esa conciencia puede estar referida a
una mejor organización, movilidad, formación y respuesta. Arquitectos,
ingenieros, paisajistas, autoridades de gobierno, gremios profesionales
vinculados al hecho urbano, universidades e institutos de investigaciones con
competencia en la materia, son soldados en la primera línea de construcción de
un sistema de gestión de riesgos eficaz. O lo que es lo mismo: construir
ciudades menos vulnerables y por lo mismo más seguras.
Es lamentable que esta ausencia de la
gestión de riesgo también se manifieste en las aulas y salones donde se forman
profesionales que luego tendrán una participación directa sobre la hechura de
las ciudades. Ya en una ocasión el presidente del Centro de Investigación en
Gestión Integral de Riesgos (Cigir), el doctor Alejandro Liñayo advertía que
“Los grandes preventores de los desastres
son los urbanistas”. Y junto a ellos todo aquel con la suficiente
consciencia como para ver lo que se nos viene encima.
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