El presente artículo fue escrito por el Padre Armando Janssens. Lo publicó originalmente en el diario El Nacional, el fecha 19 de octubre. Tomamos estas reflexiones desde la versión digital del mismo diario (El Nacional) y las reproducimos en el blog sólo con fines de divulgación de los temas que suelen ser objeto de análisis en este espacio y por el valor no sólo de lo que se plantea sino de quien lo plantea.
No solamente en nuestro país con su peculiar problemática, sino también en todo nuestro continente, y en el mundo entero, el tema de los desastres y la capacidad de las comunidades de reaccionar adecuadamente adquiere importancia de primer rango. La creciente población mundial que vive cercana a lugares vulnerables, además del cambio climático con su impacto en todos los órdenes, nos plantean situaciones de crisis que solo mancomunadamente se pueden enfrentar con éxito. Las instancias gubernamentales debidamente organizadas y preparadas, junto con las comunidades concientizadas y capacitadas son, en los momentos de crisis, los brazos fuertes de la acción salvadora de vidas humanas y de bienes de los habitantes.
Las mayores amenazas percibidas entre nosotros son las inundaciones y las lluvias fuertes, deslaves destructores, sismos y terremotos, desbordamiento de ríos y quebradas, incendios forestales y urbanos, vientos fuertes y epidemias locales frecuentes. Y no olvidar las amenazas de la violencia urbana y familiar que crea una vulnerabilidad que afecta la convivencia diaria de nuestras comunidades.
En ocasión del Día Internacional para la Reducción de Desastres, se celebró hace pocos días en las instalaciones del Grupo Social Cesap un foro al que asistieron autoridades vinculadas a los ministerios involucrados, delegados de las Naciones Unidas y de la Comunidad Europea, además de una delegada especial que coordina, desde Perú, la acción en nuestro subcontinente. Fue muy importante la participación de muchos asistentes de todas partes del país vinculados a organismos de salvamento, universidades y numerosos delegados de comunidades incorporadas en la acción mencionada.
Hay una nueva mentalidad que permite prever un crecimiento institucional y comunitario para enfrentar esta problemática con mayor eficiencia y eficacia. La prevención incluye la debida información, capacitación y organización para reducir el riesgo o el impacto negativo de los desastres una vez que sucedan y hasta una legislación internacional para ir al fondo de los problemas que hoy en día son regionales y planetarios. De parte de los organismos públicos locales se esperan políticas y lineamientos claros que impidan que se generen vulnerabilidades (como la ocupación y construcción de viviendas en territorios inseguros y los procesos de degradación ambiental) que produzcan condiciones de riesgo y culminen en desastres, con pérdidas de vidas que lamentar, daños en bienes y servicios y en medios de subsistencia. Asimismo, que dispongan de la organización y funcionamiento de la tecnología vinculada a los posibles desastres, además de la infraestructura que atenderá a la población afectada en la rehabilitación de sus servicios básicos, necesidad de alimentación, alojamiento temporal y salud. De parte de las comunidades y las organizaciones sociales que acompañan esta problemática, será especialmente la atención de las personas y familias afectadas para fomentar su resiliencia, enfrentando y superando con la mayor madurez posible estas circunstancias adversas, y acompañarlas en su adecuación familiar y personal.
Este año, la atención está centrada en los adultos mayores, víctimas más frecuentes de estos desastres. Según estudios realizados por las Naciones Unidas, se conoce la triste experiencia de que, a menudo, la cantidad de muertes de adultos mayores durante los desastres es desproporcionada. Las dificultades en la visión, la audición, las restricciones en la movilidad, las dificultades en bañarse, vestir y comer, caminar y utilizar transporte, junto con enfermedades crónicas, pueden aumentar la vulnerabilidad de las personas mayores en su capacidad de respuesta ante desastres.
Como bien lo indica el slogan escogido por las Naciones Unidas para este día, “La resiliencia es de por vida”, el aumento de la resiliencia frente a los desastres no tiene un límite cronológico, empieza a edad temprana y continúa a medida que vamos envejeciendo. La experiencia también cuenta para el aumento de la resiliencia, y es que las personas mayores tienen años de experiencia y sabiduría, así que es importante considerarlas en todas las políticas y los programas de desarrollo, incluidos los relacionados con la reducción de desastres.
En últimos años, Cesap se ha dedicado a la creación de “redes locales de gestión de riesgo de desastres”. Además, participa en estudios internacionales que miden el avance en las metas del Marco de Acción de Hyogo suscrito desde el año 2005 por 168 países. Pero a partir de la vaguada del año 1999 se ha dado prioridad a promover la toma de conciencia acerca de la importancia de la reducción del riesgo de desastres, como componente integral del desarrollo sostenible, y al acompañamiento de la población afectada en distintas partes del país.
Vivimos tiempos de grandes complejidades que obligan a las organizaciones sociales y de desarrollo social abrirse a dimensiones que antes eran casi desconocidas. El tema aquí tratado referente a “riesgo de desastres y resiliencia” es la prolongación del juicio de las naciones que, según las palabras de Jesús, definirán la entrada en el Reino de los Cielos. ¡Ojalá lo logremos!
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