miércoles, 6 de mayo de 2015

OPINIÓN / El último viaje de Jaime



Por: Alejandro Liñayo
  
Durante la tarde del pasado domingo 3 de mayo, quizás aprovechando el cielo despejado y la excelente visibilidad, nuestro ilustre profesor y gran amigo Jaime Laffaille emprendió su último viaje, dejando tras de sí una estela de aportes extraordinarios al quehacer “riesgológico” y sismológico regional, nacional y latinoamericano, y sumiéndonos a quienes tuvimos la fortuna de conocerle y de trabajar con él durante las últimas décadas, en la dolorosa sensación de vértigo que deja su ausencia irreparable.
Jaime nació en la capital del país, sin embargo desde muy joven se radicó en los andes venezolanos, específicamente en la ciudad de Mérida, lugar del que hizo su espacio vital y a cuyos problemas de sostenibilidad urbana le dedicó gran parte de su vida. Se tituló en Física y desarrolló estudios de postgrado en estadística aplicada, además acumuló una experiencia extraordinaria que permitieron que se le reconozca hoy  como un sólido sismólogo, un excelso articulista, un acucioso investigador del historial sísmico y “desastrológico” nacional y regional y como un académico e investigador poseedor de una de las miradas más amplias, integrales y sistémicas de la problemática del riesgo urbano que hemos conocido.
Resulta verdaderamente difícil enumerar las múltiples virtudes tanto personales como profesionales del Prof. Laffaille, no obstante, existe una cualidad que en nuestra  opinión merece ser destacada y que siempre le admiramos: Su autenticidad. Jaime era una persona transparente; llana; su franqueza incluso le llevaba a asumir posiciones “políticamente incorrectas”, particularmente en aquellos espacios de negociación política e institucional en donde son tan importantes los principios maquiavélicos de la diplomacia y de la forma del discurso. Afortunadamente, aunado a su transparencia, Jaime tenía ese don de liviandad que le permitía decir las verdades más duras sin que sus agraviados sintiesen la más mínima hostilidad ni ataque. Por el contrario, en más de una ocasión llegamos a presenciar algunas intervenciones públicas de Jaime en las que, con argumentos contundentes y aplastante crudeza justificaba su oposición férrea a las decisiones que eran tomadas por algunos grupos de poder, para luego evidenciar boquiabiertos, como representantes de esos mismos grupos que acababa de enfrentar se le aproximaban para felicitarle por su excelente presentación y por sus aportes.
La autenticidad de Jaime hizo que siempre priorizase en su agenda como docente e investigador universitario lo que era necesario, sobre lo que era conveniente, incluso aunque ello representase trabas para efectos de su trayectoria docente universitaria. Prueba de ello lo constituye la manera como, habiendo probado previa y sobradamente sus capacidades de elaborar artículos científicos publicables en revistas referadas y válidos para incrementar sus credenciales, se abocó casi por completo a la producción de un sinnúmero de documentos de divulgación pública, documentos como sus invalorables “Notisismos” que con frecuencia pasmosa nos regalaba y que eran hechos esencialmente pensando en el ciudadano de a pie, ese que no lee revistas científicas, pero a quien, en definitiva, era necesario hacer llegar el mensaje. 
Durante su última década de trabajo activo Jaime, quizás un poco cansado de las debilidades, la hipocresía y la indiferencia institucional para con el riesgo de desastres que tanto le apasionaba,  asumió como un apostolado al trabajo directo con las comunidades en riesgo, particularmente en aquellos espacios en donde más se evidenciaba la  marginalidad, la pobreza y la condición de estar sumidas en escenarios inaceptables de riesgo local. Son de antología las anécdotas de sus andanzas junto al Prof. Carlos Ferrer, a lo largo y ancho de los andes venezolanos, y que lo llevaron a desarrollar alianzas y establecer acuerdos de trabajo con líderes vecinales, consejos comunales, bandas armadas, azotes de barrio, etc., y quienes increíblemente Jaime convencía sobre la necesidad de reconocer y trabajar en función de reducir su exposición a eventos adversos.     
Jaime fue siempre una persona integral, equilibrada, e incapaz de negarse a apoyar desinteresadamente a quien lo necesitaba. Con Jaime no solo compartimos la pasión por la reducción del riesgo, también compartimos nuestros gustos por el Rock, por  algunas lecturas, por la practica musical – Jaime era un excelente baterista -, y en general por la vida y sus cosas. En el marco de la rectitud de su proceder, Jaime ostentaba un estado físico envidiable. Sus hazañas como ciclista de montaña eran muy destacadas, y esa pasión por el deporte y su salud integral hacían que su edad fuese siempre indeterminable. Es por ello,  esa profunda sensación de contradicción e incredulidad que nos invadió cuando nos enteramos de la nefasta enfermedad que lo aquejó durante estos últimos años. Una enfermedad que enfrentó estoica y gallardamente, junto a su esposa Floralba, su hija Klaudia, sus hermanos y familiares más cercanos, una enfermedad que sin duda constituyó la batalla más dura que le tocó enfrentar, y que culminó finalmente el pasado domingo cuando este ser extraordinario voló en paz a seguir sus tareas en otro plano.

Adiós Commander. Mil gracias por todo lo que nos dejaste. Ve armándonos la agenda de lo que haremos juntos una vez que te alcancemos… Por lo pronto seguiremos aquí, haciendo  todo lo que esté a nuestro alcance por sostener tu obra y respetar tu legado.  


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