Por: Alejandro Liñayo
Durante la tarde del pasado domingo 3 de mayo, quizás
aprovechando el cielo despejado y la excelente visibilidad, nuestro ilustre
profesor y gran amigo Jaime Laffaille emprendió su último viaje, dejando tras
de sí una estela de aportes extraordinarios al quehacer “riesgológico” y
sismológico regional, nacional y latinoamericano, y sumiéndonos a quienes
tuvimos la fortuna de conocerle y de trabajar con él durante las últimas
décadas, en la dolorosa sensación de vértigo que deja su ausencia irreparable.
Jaime nació en la capital del país, sin embargo desde
muy joven se radicó en los andes venezolanos, específicamente en la ciudad de
Mérida, lugar del que hizo su espacio vital y a cuyos problemas de sostenibilidad
urbana le dedicó gran parte de su vida. Se tituló en Física y desarrolló
estudios de postgrado en estadística aplicada, además acumuló una experiencia
extraordinaria que permitieron que se le reconozca hoy como un sólido sismólogo, un excelso articulista,
un acucioso investigador del historial sísmico y “desastrológico” nacional y
regional y como un académico e investigador poseedor de una de las miradas más
amplias, integrales y sistémicas de la problemática del riesgo urbano que hemos
conocido.
Resulta verdaderamente difícil enumerar las múltiples virtudes
tanto personales como profesionales del Prof. Laffaille, no obstante, existe una
cualidad que en nuestra opinión merece
ser destacada y que siempre le admiramos: Su autenticidad. Jaime era una
persona transparente; llana; su franqueza incluso le llevaba a asumir
posiciones “políticamente incorrectas”, particularmente en aquellos espacios de
negociación política e institucional en donde son tan importantes los
principios maquiavélicos de la diplomacia y de la forma del discurso.
Afortunadamente, aunado a su transparencia, Jaime tenía ese don de liviandad que
le permitía decir las verdades más duras sin que sus agraviados sintiesen la
más mínima hostilidad ni ataque. Por el contrario, en más de una ocasión llegamos
a presenciar algunas intervenciones públicas de Jaime en las que, con
argumentos contundentes y aplastante crudeza justificaba su oposición férrea a
las decisiones que eran tomadas por algunos grupos de poder, para luego
evidenciar boquiabiertos, como representantes de esos mismos grupos que acababa
de enfrentar se le aproximaban para felicitarle por su excelente presentación y
por sus aportes.
La autenticidad de Jaime hizo que siempre priorizase
en su agenda como docente e investigador universitario lo que era necesario,
sobre lo que era conveniente, incluso aunque ello representase trabas para
efectos de su trayectoria docente universitaria. Prueba de ello lo constituye
la manera como, habiendo probado previa y sobradamente sus capacidades de
elaborar artículos científicos publicables en revistas referadas y válidos para
incrementar sus credenciales, se abocó casi por completo a la producción de un
sinnúmero de documentos de divulgación pública, documentos como sus
invalorables “Notisismos” que con frecuencia pasmosa nos regalaba y que eran
hechos esencialmente pensando en el ciudadano de a pie, ese que no lee revistas
científicas, pero a quien, en definitiva, era necesario hacer llegar el mensaje.
Durante su última década de trabajo activo Jaime,
quizás un poco cansado de las debilidades, la hipocresía y la indiferencia
institucional para con el riesgo de desastres que tanto le apasionaba, asumió como un apostolado al trabajo directo
con las comunidades en riesgo, particularmente en aquellos espacios en donde
más se evidenciaba la marginalidad, la
pobreza y la condición de estar sumidas en escenarios inaceptables de riesgo
local. Son de antología las anécdotas de sus andanzas junto al Prof. Carlos
Ferrer, a lo largo y ancho de los andes venezolanos, y que lo llevaron a
desarrollar alianzas y establecer acuerdos de trabajo con líderes vecinales,
consejos comunales, bandas armadas, azotes de barrio, etc., y quienes
increíblemente Jaime convencía sobre la necesidad de reconocer y trabajar en
función de reducir su exposición a eventos adversos.
Jaime fue siempre una persona integral, equilibrada, e
incapaz de negarse a apoyar desinteresadamente a quien lo necesitaba. Con Jaime
no solo compartimos la pasión por la reducción del riesgo, también compartimos
nuestros gustos por el Rock, por algunas
lecturas, por la practica musical – Jaime era un excelente baterista -, y en
general por la vida y sus cosas. En el marco de la rectitud de su proceder,
Jaime ostentaba un estado físico envidiable. Sus hazañas como ciclista de
montaña eran muy destacadas, y esa pasión por el deporte y su salud integral hacían
que su edad fuese siempre indeterminable. Es por ello, esa profunda sensación de contradicción e
incredulidad que nos invadió cuando nos enteramos de la nefasta enfermedad que
lo aquejó durante estos últimos años. Una enfermedad que enfrentó estoica y
gallardamente, junto a su esposa Floralba, su hija Klaudia, sus hermanos y
familiares más cercanos, una enfermedad que sin duda constituyó la batalla más
dura que le tocó enfrentar, y que culminó finalmente el pasado domingo cuando
este ser extraordinario voló en paz a seguir sus tareas en otro plano.
Adiós Commander. Mil gracias por todo lo que nos
dejaste. Ve armándonos la agenda de lo que haremos juntos una vez que te
alcancemos… Por lo pronto seguiremos aquí, haciendo todo lo que esté a nuestro alcance por
sostener tu obra y respetar tu legado.
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