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domingo, 4 de octubre de 2015

LA TRAGEDIA DE EL CAMBRAY / Paradoja en Guatemala: conocer el riesgo y aún así morir en el desastre

Hasta ayer domingo 4 de octubre en la noche, la cifra de muertes rondaba las ochenta pero para los cientos de rescatistas queda claro que esa cifra está detenida por las toneladas de tierra, piedras y vegetación que cayeron sobre El Cambray II. Pese a las claras advertencias de la propia naturaleza y las autoridades, la vulnerabilidad social, aupada por la pobreza, ganó la partida.

 Las autoridades temen lo peor: que sean cientos los muertos.

Días de intensas lluvias habían preparado el terreno. Y la zona, vulnerable, no aguantó más.
Sobre las 9:30 de la noche (hora local de Guatemala) del jueves el deslizamiento de tierra se hizo inevitable. Parte de un cerro de unos 100 metros de altura colapsó y arrasó con la humilde localidad de Santa Catarina Pinula, a 15 kilómetros al sur de Ciudad de Guatemala.
El balance hasta ahora deja 79 muertos y cerca de 500 desaparecidos cuyo destino es incierto.
En el segundo día de operaciones, los equipos de rescate trabajan contrarreloj para dar con los desaparecidos: 450, de acuerdo con el último informe de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred).
El sábado el Ministerio Público informó que habían trasladado 55 cadáveres hasta una morgue provisional. Pero esa cifra no se detuvo allí.
La portavoz del Ministerio Público, Julia Barrera, indicó a periodistas que sólo 24 de las víctimas mortales han sido identificadas, mientras que de las restantes solo se han recuperado partes.
Al cierre de la tarde del sábado, Conred confirmó que la cifra de fallecidos subió hasta 79.
Las autoridades ya aseguraron que la cantidad de muertos sólo irá en ascenso.
"El número de fallecidos, desafortunadamente, creemos que será mayor", advirtió en conferencia de prensa el encargado de Conred, Alejandro Maldonado.
El alud dejó también 34 heridos, otras 48 personas se encuentran en albergues y 125 viviendas sufrieron un daño severo en el caserío de El Cambray II en Santa Catarina Pinula.

Zona de riesgo

Las autoridades aseguraron que ya en 2008 habían advertido a los residentes de esta zona que se trataba de un área de riesgo y habían dado el último aviso a fines del año pasado.
Ese informe de la dependencia, solicitado por las autoridades de la localidad, daba cuenta de la inestabilidad del terreno debido a la erosión que afectaba a las laderas del cerro.
Con el tiempo, las crecidas del río Pinula, que corre por el fondo del cerro, había hecho que el área sufriera de "socavación y erosión en terrenos y viviendas", de acuerdo a ese reporte oficial.
Pero nada cambió. Menos de un año después, la tierra dijo basta.
La intensa temporada de lluvias, que comenzó en mayo y ha dejado casi medio millón de damnificados, terminó de desencadenar el horror.
La cantidad de personas que se encontraba en la zona en el momento del deslizamiento no está clara.
"Esta es una de las tantas tragedias que pasan en Guatemala (...) somos muy vulnerables a este tipo de catástrofes y se han producido por todas partes", aseguró el titular de Conred.
El funcionario aseguró que el alud se dio por una "combinación de factores", entre los que mencionó la erosión y drenajes "ilegales".
Y el temor de que vuelva a ocurrir algo similar está presente.
Se calcula que hasta 300.000 personas en el área metropolitana de la capital residen en condiciones similares a las de la localidad de Santa Catarina Pinula.
Son más 230 los asentamientos considerados "de riesgo", ubicados en barrancos o laderas de tierra inestable.
El año pasado la temporada de lluvias, de mayo a noviembre, se cobró la vida de 29 personas y afectó casi 10.000 hogares.
La de este año ya es más mortífera. Y el saldo será aún más trágico. / Texto parcialmente tomado y editado desde su sitio original en:
Bomberos, militares, socorristas y voluntarios, unas 1.200 personas en total, participan de las tareas de rescate.

La misma historia, otros escenarios

Pero lo ocurrido en Guatemala esta semana no dista mucho de la realidad urbana de muchas ciudades latinoamericanas y venezolanas. Acá mismo en el estado Mérida, la historia ha corroborado que estamos en una zona propensa a fenómenos conocidos como movimientos de masa, que pueden ser activados por lluvias, sismos y por la propia dinámica geológica. Son otros nombres de pueblos y ciudad pero es la misma historia: el riesgo que advierte y el desastre que se lleva las vidas.




domingo, 6 de septiembre de 2015

No debemos subestimar a los arroyos y riachuelos


 Una vista de la quebrada en el Parque Chorro del Indio. Varias vidas se ha cobrado este aparentemente inofensivo cauce.

La experiencia de la Alcaldía de Barranquilla indica que varios arroyos en esa ciudad han causado gran cantidad de situaciones que afectan la vida, integridad y la propia dinámica urbana. En Venezuela pasa igual en muchas ciudades. Presentamos este trabajo desde las páginas del diario El Heraldo, de Colombia, a modo de ejemplo de lo que podría hacerse en nuestra realidad.

Publicado por: El Heraldo


Cuando llueve en Barranquilla hasta el Sistema Integrado de Transporte Masivo (Transmetro) se ve obligado a suspender su operación en su ruta troncal de la calle Murillo, entre otras, debido a la fuerza de los arroyos. Pese a los esfuerzos de la Alcaldía por intervenir algunos de estos cauces, el problema aún sigue vigente y cobrando vidas.
El caso de la menor fallecida en el arroyo de la carrera 21 avivó el tema de las medidas que deben tomar las autoridades locales y organismos de socorro al momento de atender una emergencia en las zonas de riesgo.

Jaime Pérez, comandante del Cuerpo Oficial de Bomberos de la ciudad, explicó que "con lo que tienen atienden cada emergencia que les reporta la ciudadanía”. Mientras que Jorge Fernández, director seccional Atlántico de la Defensa Civil, aseguró que "no hay unos protocolos establecidos” por la Administración Distrital para atender las eventuales emergencias. Además, Carlos Iván Márquez, director de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), hizo un llamado a la instalación de alertas tempranas.

¿Qué se hace?

El diario El Heraldo visitó la dependencia de Ana Cristina Saltarín, jefa de la Oficina de Prevención y Atención de Desastres del Distrito, para conocer la estrategia para atender los arroyos cuando llueve, entre otros cuestionamientos, pero la funcionaria no respondió personalmente, ni vía telefónica, los interrogantes sobre el tema. Envió un informe de gestión del riesgo para los arroyos en el distrito de Barranquilla. Dicho plan de acción comprende tres ejes: Conocimiento del Riesgo, Reducción del Riesgo y Manejo de Desastres.
Estos ríos urbanos han ocasionado 90 muertes de personas entre 1933 y 2015 en la capital del Atlántico, según registros del proyecto Arroyos de Barranquilla, liderado por estudiantes del colegio Marco Fidel Suárez.
Dicho análisis fue hecho en ocho arroyos. El primero con más víctimas en ese periodo es precisamente el de la carrera 21 (30 muertes); en segundo puesto registra con 17 víctimas; y, en tercer lugar, aparece el de la calle 84, que acumula 13 muertes por inmersión.

Según el mayor Jorge Fernández, director seccional Atlántico de la Defensa Civil, "desafortunadamente, a nivel de Alcaldía, no hay unos protocolos establecidos. Dentro de las políticas de atención manejan unos protocolos generales, en los que prima la vida del voluntario por encima de cualquier otra situación. Para el tema de arroyos no hay nada escrito en ninguno de los niveles”, enfatizó.
Cuando les reportan emergencias, explicó "hasta donde pueden con guayas agarran los vehículos que son arrastrados y que llevan personas, los cuales son priorizados, para salvar las vidas. Con las herramientas que tenemos: salvavidas, chalecos y guayas, improvisamos”, puntualizó el comandante de Bomberos, quien también mencionó que "la gente a veces tiene un poco de falta de cultura, hay muchas imprudencias".





A veces la imprudencia lleva a retar estos cauces.


Amenaza calladita


"Los arroyos son una amenaza latente, pero lamentablemente las pérdidas de vida vienen por situaciones de exposición, eso es algo que tiene que marcarse desde el punto de vista de la prevención. La Ley 1523 obliga a los consejos municipales de gestión del riesgo a tomar las medidas frente a las temporadas (de riesgo)”, sostuvieron cuerpos de respuestas.

domingo, 9 de junio de 2013

ANALISIS / El terremoto no tiene la culpa






Una expresión, que suele pronunciarse a cada rato cuando nos referimos a los desastres y que, por cierto, los medios aún siguen machacando, es aquella que señala que los desastres son naturales.
Por ejemplo: aquellas lluvias intensas que en diciembre de 1999 cayeron sobre el estado Vargas, en la costa norte de Venezuela, produjeron la ya conocida Tragedia de Vargas. Para los medios, e incluso para muchos funcionarios públicos y autoridades, aquello fue “un desastre natural”.  Lo dicen porque al estar presentes las lluvias, pareciera que fue precisamente la naturaleza que se “ensañó” contra las personas.
Esta expresión “desastres naturales”  ha sido cuestionada por aquellos que tienen algo que decir en el tema de la gestión de riesgos de desastres. Por ejemplo, para los especialistas que hacen parte de la Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina, LA RED, los desastres no son naturales. Tal vez a usted le pueda sonar raro eso de que los desastres no son naturales porque  evidentemente  cuando nos muestran en los medios los grandes desastres siempre hay por allí un terremoto, un huracán, un tornado, un volcán, una sequía un fuego, un derrumbe, asociado a las muertes y a la calamidad. Todos estos elementos, nada más y nada menos son expresión de la naturaleza. Entonces ¿Por qué algunos expertos en el tema salen a decir que los desastres no son naturales?
La respuesta es porque ni el terremoto, ni la lluvia, ni el tornado, ni el huracán, ni mucho menos el volcán, existen y se activan para provocar desastres. Son todos estos fenómenos, eventos naturales que durante toda la historia de la tierra han estado presentes sobre la faz del planeta.
Además, recordemos que en anteriores comentarios hemos afirmado que el desastre no existe porque haya terremotos, lluvias y derrumbes, sino porque el ser humano construye vulnerabilidad frente a estos fenómenos. Para que un terremoto lo afecte, usted no solamente tiene que vivir en una zona sísmica sino que la estructura donde habita debe presentar algún tipo de vulnerabilidad física, por ejemplo, haber sido construido sin ningún tipo de criterios sismoresistentes. Igualmente, una lluvia intensa por sí sola no es causal de desastres a menos que usted viva, por ejemplo,  en las proximidades de un río con capacidad de generar fuertes crecidas.
En resumen, los eventos naturales sólo son expresiones de la dinámica de la tierra. Lo han sido durante millones de años y lo seguirán siendo durante millones de años más. El desastre no tiene que ver con estos fenómenos – aunque estén asociados a ellos – sino a nuestra incapacidad de entender la relación que debemos establecer con nuestro entorno natural.

martes, 28 de mayo de 2013

Nueva columna de Información ¡A todo riesgo!




El sitio www.meridamundo.com ha decido crear un enlace para publicar comentarios sobre gestión de riesgos de desastres. Agradecemos la iniciativa de este site dedicado básicamente al mundo de turismo pero que en pocos años se ha hecho de una gran audiencia que busca temas variados. La gestión de riesgos se suma a esas opciones.

ANÁLISIS ¡Esto es un desastre!





En nuestra cotidianidad le damos a la palabra desastre un significado  claramente negativo, aunque esta negatividad puede tener una variada intensidad. Por ejemplo, si el niño travieso tumba un adorno de la mesa de la sala decimos que “ese muchacho hizo un desastre” y si a uno de nuestros tíos se le fue la mano con los tragos en la planificada boda de su querida sobrina todos dirán que lo del tío borrachín “fue un verdadero desastre”.
En una inicial aproximación al significado de la palabra desastre el siempre útil Diccionario de la Real Academia Española viene a nuestro auxilio para establecer que, en primera instancia, el desastre es un acontecimiento que indica una “Desgracia grande” un “suceso infeliz y lamentable”. En ese sentido esta definición deja en claro que detrás de un desastre no hay nada bueno y que se sepa, a ningún ser humano le agradaría ser parte de un desastre.
Luego, el mismo diccionario baja el tono de la definición de desastre al indicar que es una “Cosa de mala calidad, mal resultado, mala organización, mal aspecto, etc.”  Sin embargo, se mantiene el tono de lo inconveniente que resulta un desastre en nuestras vidas.
Por lo leído hasta aquí digamos que, en principio, todos desean evitar que una acción se convierta en desastre o que sea propiciadora de un escenario desastroso.
En el mundo de la llamada Gestión Integral de Riesgos de Desastres, se obra con el ya referido principio lógico humano  de evitar el desastre o reducir las posibilidades de que éste se concrete. Por supuesto, acá el concepto de desastre adquiere una dimensión más amplia, al punto que para organismo como la ONU el desastre se define como “Una seria interrupción en el funcionamiento de una comunidad o sociedad que ocasiona una gran cantidad de muertes al igual que pérdidas e impactos materiales, económicos y ambientales que exceden la capacidad de la comunidad o la sociedad afectada para hacer frente a la situación mediante el uso de sus propios recursos”.
Pese a la  amplitud e impacto conceptual del término desastre en la escala de la gestión de riesgos, la carga “genética” de la definición inicial se mantiene en los terrenos de lo que nadie quiere para sí,  ni para los suyos, ni para su comunidad. Siendo así, es evidente que algo tenemos que hacer, alguna acción debemos tomar, para evitar salir gritando a todo pulmón: ¡“esto es un desastre”! En una próxima entrada comentaremos sobre esas acciones.