domingo, 22 de septiembre de 2013

ANÁLISIS / La misión del Viceministerio de Gestión de Riesgos y Protección Civil






Por curiosidad, en días recientes he estado muy ávido de conocer el tema del paso del tiempo y las distintas visiones que los físicos tienen de uno de los asuntos que, como el presunto transcurrir del reloj,  afecta la vida de todos los seres humanos.
Leyendo aquí y allá sobre el tiempo, me topé con un campo enigmático, de esos que por más que nos los expliquen parecieran dejarnos sembradas más dudas  que aquellas que nos intentaban aclarar. Me refiero a la mecánica cuántica.
No voy a hablar aquí de semejante tema, ubicado a años luz de mis conocimientos, pero sí de un aspecto que me parece de mucho interés para transpolarlo a áreas donde se supone nos puede ir mejor en el abordaje de estos comentarios.
En la mecánica cuántica ocurre un fenómeno físicamente demostrado pero de aún esquiva explicación: si los científicos intenta por ejemplo, observar el comportamiento de partículas subatómicas, como puede ser un electrón, ese mismo hecho de intentar observarlo modifica al fenómeno. Es como si intentáramos  tocar algo de lo que hay evidencia y con sólo extender la mano, desapareciera.
Esta extraña experiencia física me sabe mucho a lo que ocurre con la Gestión de Riesgos ante Desastres y la necesidad de que los gobiernos la asuman como una estrategia política contundente.
El punto es este: regularmente cuando los gobiernos suelen acercarse a la Gestión de Riesgos ante Desastres, digamos desde una óptica tradicional, suelen terminar alejándose de ésta práctica porque deciden crear un ente, un organismo, que – creen - será el depositario único de echar adelante el tema.
En el entendido de que la Gestión de Riesgos ante Desastres es un proceso integral, trasversal, multilateral y multidisciplinario no existe en un sector específico sino que se superpone como parte de un todo político,  social, económico. De allí de que al mover cualquiera de estas macro facetas de la actividad humana, automáticamente se afecte al concepto mismo de la Gestión de Riesgos.
Siendo así no debería existir, por ejemplo,  una “licenciatura en gestión de riesgos” pero sí unos conocimientos que  puedan ser aplicados en cada campo de la vida profesional sea ésta la de un médico, un maestro, un ingeniero, un abogado, un arquitecto, un comunicador, un urbanista…
En el campo que me ocupa, la comunicación, no debería haber por lo mismo una fuente de gestión de riesgos, sino que lo ideal sería que el periodista que cubre la fuente de política, el de comunidad, el de ambiente, el de economía, en fin, inserten el área de la gestión de riesgos en sus coberturas.
Lo mismo va, pues, en la estructura de gobierno: no debe existir un Ministerio de Gestión de Riesgos, sino una política integral de gestión de riesgos ante desastres que sea transversal a todos los ministerios.
Pero, ojo, más que  la nomenclatura gubernamental, lo que debe importar es la forma como se asuma la práctica, la hechura del ente.
Lo digo porque quien me ha explicado al derecho y al revés esta especie de característica omnipresente de la gestión de riesgos, es el ahora recién nombrado Viceministro para la Gestión de Riesgos y Protección Civil, Alejandro Liñayo.
Liñayo tiene, pues, la responsabilidad no sólo de conducir el nuevo Viceministerio sino de hacer el nada fácil intento de convencer a los que forman parte del ente y al propio gobierno que lo creó, de que la misión de este organismo no será precisamente “hacer la gestión de riesgo” sino la de impulsar el concepto como práctica reconocible por toda la estructura gubernamental: que el sector educativo, el ambiental, el urbanístico, el eléctrico, el económico, el de la organización social, descubran que a pesar de que existe una instancia con el nombre de gestión de riesgos (en este caso el nuevo Viceministerio),  no deben renunciar a lo que les toca como responsabilidad en su quehacer cotidiano.
La paradoja es pues esta: se crea el Viceministerio para la Gestión de Riesgo y Protección Civil, cuya responsabilidad será lograr convencer de que pese a su nombre, la política de gestión de riesgos no vive allí de forma exclusiva, aunque el nuevo ente sea su principal animador.
La buena noticia, que da ánimos en torno al futuro del Viceministerio, es que quien está a la cabeza es, precisamente, quien más claro tiene los límites, alcances y el “para qué” del nuevo organismo. Liñayo tiene la misión de que la gestión de riesgos no viva en el Viceministerio, sino fuera de él.

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